Llevo muchos años estudiando y trabajando en Bilbao y llevo tres años estudiando. Sin embargo, durante mis jornadas laborales, camino a la oficina o en una reunión, a veces observo las fachadas de los edificios e inmediatamente me parecen como si estuvieran vacías y siento como si todo lo que vi fuera parte de un herramienta heredados, como los muebles de una casa familiar. Es una sensación similar a la que podemos sentir en los primeros días de pasar a un nuevo nivel, un espacio ambivalente, tuyo y fuera del tiempo, solo que llevo toda mi vida caminando por estas calles.
Yo cuál es la razón. Por muchas vidas que he acumulado aquí, por muchas cosas que aquí he logrado, mis ojos Bilbao siempre será la ciudad de aiiti, mi abuelo materno. Vivía en un pueblo y estuve con ese niño por primera vez después de estos atrevidos cuatro pétalos. Con él recorrí la Gran Vía y las Siete Calles, con la primera entrada en bares y cafeterías, me acosté en Begoña y, sobre todo, estuve en San Mamés. Y como muchas de aquellas primeras veces en esta ciudad sirvieron de excusa para el fútbol, en la del Athletic Club me pasa lo mismo: para mí el Athletic es aiiti.
Aitita él era la persona que más quería en el mundo. A mis ojos, la personalización de todo lo bueno. Murió en septiembre de 1990, dispuesto, sin previo aviso, a un día más. Ha pasado por tanto tiempo que hubiera sido difícil encontrar algo en común entre el niño quinceañero que era cuando rompimos y quien soy hoy. Sin embargo, al mínimo eco, todos los días. Aún ellos. Y, a veces, cuando no sé si lo estoy haciendo bien o mal, trato de imaginar qué me dirá, si estará orgulloso de mí o no.
Esta historia ya se ha contado antes: mi madre, que es artista, pintó un retrato de él que empezó al día siguiente de su quiebra. Es un óleo sobre una cama que estaba adosada al salón de la casa. me encanta, la casa familiar, desde aquel triste año. Uno de los recuerdos más queridos para mí es el de regresar a casa en el instituto y encontrarme con mi madre, pintando con los ojos inundados de lágrimas mientras escuchaba el Adagio de Albinoni. Hoy en día soy incapaz de escuchar esta melodía sin sentir dolor en el pecho.
Para pintar el cuadro, la madre se basó en una fotografía de aiiti quien terminó en la pared del estudio con chinchetas. Y sí sucedió durante más de tres décadas cuando, poco a poco, la luz empezó a tomar colores y decolorar la imagen de mi bebé, que se volvió marrón como ocurre también con la memoria de las personas que nos dejaron. Una noche, después de un par de años de que mamá me enseñara uno de sus últimos dibujos, se lo señalé a la pared y ella me preguntó si me podía regalar ese dibujo. La explicación que me dio la ilusión de conservarla, así que gracias a tu retrato queda esta imagen de aiiti el que prevaleció en mí sobre todos los demás. Cuando estaba a punto de sacarla de la pared, ella me detuvo de la piedra. La foto estaba medio duplicada. Una parte estuvo permanentemente oculta, frente a la pared, durante más de tres años. Y el resultado aquí, claro, para que su imagen quedara protegida de la luz del sol, posando junto a mi abuelo, fue José Ángel Iribar.
Fue una señal. A esa hora tardía, cuando vi la foto completa, sentí que probablemente había algo que sabía: de alguna manera aiiti Seguí estando aquí, encarnado en el Athletic Club, en Iribar, en los valores que representa.
En estas semanas en las que Bilbao se ha desatado con la posibilidad de que todo el mundo salga a la calle a ver el surcar de Gabarra la ría de lo nuevo, la presencia de aiiti se intensificó. No hay día en el que no lo sientas: cuando cruzas la calle, cuando ves las banderas rojas en los balcones, cuando pasas por el viento que te azotaba en los Jardines de Albia, cuando miras con nostalgia en la explicación donde se ubica el antiguo San Mamés. Resuenan mucho menos. Pero tenerlos presentes en mi memoria y en la vocación de convertirme en alguien que se sienta orgulloso me hace sentir mejor y me hace sentir más rutinariamente.
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